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Los mundos fantásticos en la literatura y porqué funcionan

El 2021 y el 2022 han sido, probablemente, los años que más he leído en mucho tiempo. Durante ese periodo me he sumergido en diferentes mundos fantásticos, tan dispares como el Mundodisco de Terry Pratchett o el Arrakis de Dune, y he visto que pese a sus muchas diferencias, ambos resultan creíbles dentro del contexto de sus propias historias. 

En el caso de Dune, además, pude ver cómo había surgido la idea de la novela, gracias al material adicional que el autor pone a disposición de sus lectores al final del libro. Y me sorprendió que, en realidad, el disparador de esta novela, probablemente el space opera más influyente de todos los tiempos, empezase con algo tan mundano como un reportaje que llevó a Herbert a una ciudad perdida en mitad de un desierto de Oregon.

En esta entrada, sin embargo, no voy a contarte cuáles son los orígenes de diferentes mundos fantásticos. Eso ya lo hace Carlos J. Eguren en esta increíble entrada de su web, que jamás me cansaré de recomendar.  

Cubierta de Dune

Sino en qué es lo que hace que esos mundos fantásticos funcionen, que sean creíbles pese a los elementos más disparatados de su propuesta, y por qué la mejor idea del mundo no llegaría muy lejos si sus raíces no se hunden con suficiente profundidad en la tierra. 

Los orígenes de varios mundos fantásticos

En varias de mis lecturas recientes, como Dune o La Sociedad de la Libélula, lo que moldea la ambientación es la falta de un elemento clave para la vida. En la obra de Herbert, es la falta de agua, mientras que en la novela de Ana González Duque, que reseñé aquí, es la falta de un sol. 

Estas carencias, además de afectar al entorno, son un elemento clave para entender las culturas y sociedad de sus respectivas historias. Porque el ser humano y, supongo, cualquier ser que invente un escritor y que se dote de una inteligencia similar a la nuestra, va a adaptar su entorno a sus necesidades, pero también va a tener que adaptarse al mundo en el que vive. 

Esto también sucede en el mundo de Terramar, compuesto por miles de islas y cuya ambientación, así como las vidas de sus habitantes, tienen siempre el regusto del salitre que trae consigo la brisa marina. Una saga que deberías leer por las razones que te cuento en esta entrada

Esto también se ve bastante bien, en las novelas de Guardianes de la Ciudadela. En este mundo fantástico, lo que define la vida de sus habitantes no es tanto la falta de un elemento clave para la vida, como el sol, el agua, o tierra firme bajo sus pies, sino el peligro constante a que los monstruos que habitan el mundo les ataquen. 

La aldea donde vive Axlin, la protagonista, está aislada, lejos de la protección de los guardianes que se introducirán más adelante en el libro y, para sobrevivir, aplican el conocimiento sobre las debilidades de los monstruos, que pasa de una generación a la siguiente. Este peligro, el de los monstruos, permea cada momento de las vidas de los adultos, y solo los niños pequeños viven en un estado de relativa despreocupación. 

Finalmente, en el caso de mis novelas de Los orígenes de Max Magnus, la premisa fue algo muy sencillo. ¿Qué pasaría en un mundo donde la energía que permite utilizar la magia fuera finita, como los combustibles fósiles que mueven nuestra propia civilización?

Los mundos fantásticos, como una semilla, crecen hacia la superficie, pero también hacia las profundidades de la tierra 

Hay muchos autores y lectores de fantasía que, en mi opinión, dan una importancia excesiva al worldbuilding de sus historias, que es como decir ambientación, pero en inglés, un idioma con el don de revestir todo de más autoridad. 

Tener una ambientación sólida y bien trabajada es importante. Pero esta debe ser, desde mi punto de vista, las raíces de la historia que quieres contar. Están ahí, nutren el presente de la novela, le dan solidez, permiten que el tronco y las ramas crezcan sin tambalearse, pero la mayor parte del tiempo permanecen lejos de nuestra vista.

También es verdad que, a más larga sea la novela o saga, mayor va a ser la cantidad de información sobre el mundo que va a conocer tu lector. En una novela corta de 100 páginas, ubicada en media docena de localizaciones, no se le puede pedir lo mismo que a la trilogía de Nacidos de la Bruma. En el primer caso, es probable que la ambientación sean unas pocas pinceladas, que sea bastante más utilitaria y que no dé mucha más información que aquella que narra el libro. 

Es así, por ejemplo, en la novela corta de El demonio de próspero, que leí hace unos meses, reseñé, e incluí en mi artículo sobre novelas cortas de fantasía.

Este es el motivo de que me parezca tan adecuada la idea del árbol. Porque cuanto más crece el tronco y sus ramas, más se extienden las raíces, tanto hacia los lados, como a las profundidades, tanto para nutrirse del suelo como para resistir las inclemencias del tiempo.

La clave para que un mundo fantástico resulte creíble a su lector

No es ni que se parezca al nuestro, ni que siga normas físicas y naturales parecidas, ni que exista una lógica interna y una serie de normas estrictas entorno a la concepción de sus elementos más fantásticos, como puede ser la magia.

Porque la literatura fantástica es, en cierto modo, como las mitos, cuentos y leyendas de nuestro tiempo. No aspiramos a que representen el mundo real, por lo que puede permitirse ciertas licencias en ese aspecto. La buena fantasía, eso sí, suele utilizar lo extraordinario para hablar de cuestiones y problemas bastante más mundanos, tema que se desarrolla muy bien en este episodio del podcast de Viajeros de la Noche.

Lo único que necesita un mundo fantástico para funcionar, en mi opinión, es que sea fiel a sí mismo y que no se contradiga a sí mismo, salvo que esa información que has dado antes fue de la mano de un personaje, que puede equivocarse como tú o como yo. 

Es lo que sucede, por ejemplo, con las múltiples magias en Nacidos de la Bruma: las normas son las que son, y son igual de estrictas en todos los libros, pero conforme avanza la trilogía original se descubren nuevas facetas de la misma. Pero todos estos añadidos encajan con los hechos del libro, aunque contradigan lo que los personajes daban por sentado en capítulos anteriores.

El curioso caso del Mundodisco, de Terry Pratchett

El Mundodisco, que se desarrolla en la saga de novelas del mismo nombre de Terry Pratchett, es uno de los mundos fantásticos más extraños con los que me he cruzado. No porque sea plano, ya que eso lo ha pensado mucha gente a lo largo de la historia, y hay quien lo sigue haciendo. Tampoco porque el Disco esté sostenido por cuatro elefantes que a su vez montan una tortuga espacial. Lo siento, fans del #VerdaderoTerraplanismo, pero eso no lo inventó él, sino la mitología hindú.

Pero es un mundo en el que la luz del sol, por ejemplo, se arrastra perezosa cada amanecer y tiene dificultades para superar accidentes geográficos como si, en palabras del autor, “no estuviera segura de si el esfuerzo merece la pena”. La luz del sol. Ya dice el propio autor, en un momento dado, que al inventarse ese planeta el Creador debía de estar bajo el efecto de sustancias estupefacientes.

Por ahora, solo he leído un pequeño número de los libros, pero si hay algo que sus lectores me han confirmado es que, pese a todas sus rarezas, es un mundo increíblemente coherente, y que tiende a introducir con bastante antelación los conceptos que sirven de premisa a libros futuros. 

La Muerte, antes de tener su propio libro en la cuarta novela publicada del Mundodisco, aparece en los tres primeros. El machismo de los magos, ya se expone en La Luz Fantástica, antes de ser el tema central de Ritos Iguales. Y la ciudad de Ankh-Morpork y su carácter sucio, maloliente y criminalmente floreciente son descritos de forma recurrente antes de convertirse en el escenario principal de ¡Guardias! ¡Guardias!, la octava novela del Mundodisco.

Al final, un mundo fantástico creíble es la suma armoniosa de todos sus elementos

Para terminar esta entrada, creo que es importante recuperar esa idea del árbol que mencioné en un apartado anterior, porque creo que es muy adecuada. 

Un árbol nace de una semilla y crece en ambas direcciones: las raíces se corresponden con el pasado de la historia, aquello de lo que solo vemos una fracción en el texto como tal. El tronco y sus ramas serían la parte visible, la que se corresponde con los acontecimientos que se narran, el presente de la novela. 

Sin embargo, para que una ambientación se perciba como sólida y coherente, es importante que se perciba la relación no solo entre las ramas, sino entre los acontecimientos, las gentes y la cultura del presente, con todo lo que compone el pasado de ese mundo fantástico.

Es algo de lo que me percaté en primera persona, conforme escribía las novelas de Los orígenes de Max Magnus. La idea de la saga era que con cada libro, mientras sus personajes exploraban distintas ruinas de la civilización extinta de hechiceros, al estilo del cine y las novelas de aventuras, se fueran respondiendo a diferentes preguntas sobre qué causó su desaparición. 

Con cada pregunta que respondía se planteaban otras nuevas, que me obligaban a profundizar en el pasado del mundo, y a desarrollar distintos aspectos de su cultura y su sociedad, pero también a establecer nuevas conexiones con el presente. Si después de leer esta entrada te ha dado curiosidad sobre la novela, la tienes disponible en Amazon en tapa blanda, formato digital, y en Kindle Unlimited.

Portada Los origenes de Max Magnus

Porque aunque las civilizaciones se destruyan, son muy raros los casos en que su presencia no tiene un impacto duradero en aquellas que la sustituyen o se benefician de su descomposición. Y porque las tradiciones y leyendas resultantes de tiempos pasados, pueden ser una forma muy dinámica y divertida de aprender más de una ambientación, sin necesidad de acceder a la enciclopedia, analógica o digital, del mundo donde transcurre el libro.

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